Cuentan los que cuentan que luego de
trabajar en la ciudad de Hamelín, donde
además de desratizarla y tomar medidas extremas dado que no se le pagaba lo
prometido, el flautista llegó a San Nicolás…
Vino sólo a descansar, mas como siempre
la “fama” nos precede, gran revuelo causó su llegada. No fueron pocos los que temieron, incluido el
intendente y su secretario Manuelito, pero el flautista sólo deseaba descansar
y si podía, pescar también…
La primera medida tomada por la
intendencia fue que no se lo molestara y que todos los servicios, incluyendo
posada y comida, no le fueran cobrados pues no querían molestarlo con pavadas ni
pedidos y muchísimo menos encender su ira.
Así fueron pasando los días en absoluta y
tensionante tranquilidad. Por las noches, para despuntar su vicio, el flautista
se acercaba al río y comenzaba a tocar dulcísimas melodías que cautivaban con
su aroma a chocolate y marrón glacé a las mujeres de San Nicolás. Todas,
irremediablemente, se levantaban de sus lechos y salían en su búsqueda guiadas
por esas notas tiernas que inundaban sus almas. Sentían pequeños cosquilleos en
su corazón que las cautivaban. Su gran deseo: conocer no sólo al flautista sino
también a su flauta y, probar del dulce néctar armonioso que de ésta se
desprendía.
Los hombres se enardecían cada día más y les
reclamaban tanto a Ismael como a Manuel, que algo hicieran con este estafador
sentimental que a sus mujeres cautivaba y llevaba hacia sus lares. Se estaban
convirtiendo en verdaderos “cornudos” a sabiendas sólo por temor de los que
dirigían la ciudad, que también sufrían en carne propia las pequeñas fiestas
que sus damas gozaban con el maquinador visitante.
El comisario en jefe, a quien su esposa
ya se le había ido con la flauta maravillosa del extranjero, se le ocurrió
investigar la vida personal y los secretos que guardaba el gran flautista, que como
todo hombre, seguramente debería tener.
Fue así como descubrieron que en la ciudad
de caramelo, allá lejos, cerca de las Antillas celestes, vivían su fiel esposa junto a los veinte hijos
de la pareja. No era de extrañar la cantidad de hijos que tenían, pues cuando
una flauta es muy dulce y es tocada por un
gran maestro unido a una bruja-maga,
digna hija de la diosa de la fertilidad, estos suelen ser los resultados más
comunes.
La cuestión es que la autoridad de San
Nicolás se reunió y comisionó al jefe policial para ir a buscarla. No fue fácil dar con ella, se pasaba todo el
día trabajando no sólo con sus párvulos sino también como maga. El comisario al
hallarla le comentó las andanzas de su flautista esposo, por lo que ella como
buena bruja-maga, decidió emprender el vuelo e ir a buscarlo.
Al llegar a nuestra ciudad, se escondió
para que él ignorara su presencia. Por la noche, cuando el flautista salió a
tocar y conquistar, escuchó a lo lejos la cautivante voz de la Siringa que su esposa,
como buena griega, acariciaba. La atracción era fatalmente sugestiva, no podía
evitar escuchar, tanto fue así de mágica y enceguecedora que el flautista dejó
de tocar su instrumento.
Desconcertado, inmensamente herido por
tan bella melodía, comenzó a caminar dirigiéndose como un autómata hacia ella
que lo esperaba en la plaza central. Al verla, temió lo peor. Una tormenta
extraña se desato, caían gotas de miel copiosas sólo sobre ellos dos. La astuta
bruja-maga, lo envolvió con su capa de azúcar y mazapán. Lo miró fijamente con
sus ojos amarillentos transparentes, y acariciándolo sólo se le escuchó decir:
“en casa hablamos”. Él agacho su cabeza, le entregó su flauta y sin decir nada
subió al carruaje de nueces y canela tirado por dos bellos ciervos de arroz
con leche.
Partieron. No se supo nunca más de ellos,
pero algunos cuentan que en las noches tormentosas se puede escuchar a la
esposa del flautista tocando su melodiosa siringa, y a él riendo con su suave
risa verde limón junto a sus ahora veinticuatro hijos.
Y como terminan todos los cuentos:
colorín colorado... Esto, ¿se ha acabado?