Vuelos, descensos y caídas del taller literario de la Asociación Cultural Rumbo

14 de junio de 2012

ECOS DE RADIO, por Victoria Marin



“Nueve horas, el cielo despejado, la temperatura es de diecisiete grados y la humedad del sesenta por ciento”… suena una canción, podrían ser Los Plateros. Entre quehaceres domésticos de fin de semana me había entretenido bastante siguiendo las noticias de una obra que en la ciudad prometía ser un gran negocio. Cada semana escuchaba las novedades del avance en la construcción, de los materiales que habían hecho traer del exterior, de los mejores arquitectos, ingenieros y maestros mayores de obras que trabajan día y noche para acelerar el levantamiento. Se instalaría un centro comercial con más de cuarenta tiendas en cada uno de sus pisos, bazares de gran porte, salas de cine, restaurantes, y hasta un hotel de mil estrellas para los visitantes. Sería un espectáculo para la ciudad, ese atractivo turístico que estaba necesitando. Yo ya pensaba en las recorridas que me daría en busca de algunas chucherías, con la simple excusa de  circular por sus pasillos, por sus lujosas escaleras, y las reuniones que organizaría en las mesas de los bares entre vidrieras y muestras de perfumes. Un acontecimiento como hace tiempo no ocurría en la ciudad. La emisora anunciaba que estaría listo para la primavera, mientras tanto seguía enumerando las miles y millones de inversiones, los eternos trámites municipales que habían tenido que padecer para al fin dar con el terreno solicitado, las protestas de los mercaditos de la zona, y no sé cuántas otras cosas que el locutor se encargaba de comunicarme entre unos clásicos que olvidaban el presente, y hacían soñar con otros tiempos. La radio había logrado empaparme de ansiedad consumista. Basta decir que esperaba anhelante cada domingo para enterarme de todos los detalles de la edificación y así reconstruirlos en mi imaginación como un plano intuitivo. Ya sabía dónde estarían los libros, hasta pensé en concurrir regularmente y así concluir por leer alguno, disimulando para que no me vayan a marcar de oportunista.
Habían pasado cerca de cinco meses de seguimiento meticuloso. La radio comentaba que faltaba muy poco para la inauguración, entonces decidí que era hora de visitar la construcción que me había quitado el sosiego de los domingos. Ya podría reconocer todas las pinceladas de mis alucinaciones. Había anotado la dirección al mismo tiempo que buscaba en mi mente como una brújula humana sin dar con suerte en la ubicación exacta. Así pensé que lo mejor sería tomar la bicicleta y recorrer los caminos conocidos que podrían llevarme a ella. En el viaje proyecté varios acontecimientos: algunas personas abarrotadas tratando de escurrirse entre las rejas, niños jugando en el parque circundante, mercaderes con carpetas vislumbrando sus transacciones, profesionales dando las últimas órdenes edilicias, algún medio de comunicación, tal vez la radio que acompañó la faena. No podía estar muy lejos, esa era la calle, la altura. Saqué el papelito arrugado de mi bolsillo con la dirección escrita, estaba parada justo frente al portón de ingreso vehicular. Desconcertada miré  hacia ambos lados, el viento arrastró un residuo de hoja avejentada con un plano de arquitectura. Giré y pude observar un aglomerado de ladrillos, un cementerio de ambiciones. Entre confundida y desorientada, sólo pude acercarme a un hombre que pasaba por el lugar, y  titubeando le pregunté por el centro comercial. El hombre tuvo que pensar por un momento, pero al instante lo recordó perfectamente; la obra fue clausurada antes de inaugurarse, luego de un derrumbe en uno de sus pisos que le causó la muerte a más de treinta obreros una primavera hace casi cien años.




2 comentarios:

miriam dijo...

El tiempo dislocado...

Me encantan estos viajes enigmáticos, Vicky...

Miriam

Ev dijo...

Excelente lo tuyo, Vicky...