"Las vias del tren y la caseta"- Pailla |
Pasé mi niñez y
parte de mi juventud en una casa que
lindaba con las vías del tren.
Quizás fue la
nostalgia por aquellos tiempos la que me impulsó a volver a caminar por
esas vías, aquel domingo iluminado por ese
magnífico sol otoñal. Guardé unas mandarinas en los bolsillos y marché a paso
firme, como solíamos hacerlo con mis primos.
Al ir de un
durmiente a otro, las imágenes de la infancia colmaron mi mente y, en ese vaivén
de recuerdos, mis pensamientos llegaron mucho más atrás, hasta aquella apasionada noche en
que mis padres celebraron el primer año
de casados y en la que mamá había
olvidado tomar la píldora de los
veintiocho días.
En aquel
arrobamiento me largué a una carrera
vertiginosa con deseos de llegar a la
vida. Al principio no hallaba el camino,
parecía estar medio mareado. Quizás el causante había sido el
descontrol de papá, porque durante el brindis, con aquel exquisito malbec, no
hubo solamente un fondo blanco en el cáliz. Creo que en estos tiempos de
prevención, mi padre no hubiese pasado
los controles de alcoholemia.
Por mi
desmesurado egocentrismo y por la
excitante carrera no pude advertir si alguien más venía a mi lado. Quizás hoy yo
hubiera tenido un hermano mellizo.
En mi pugna por
llegar, tampoco consideré la metralgia que seguramente le suscité en ese momento a mamá, que sin dudas debe haberle dolido mucho
más que mi puja por salir del seno materno.
Seguí caminado y me
detuve en la estación de trenes. Subí las escaleras del puente de hierro y ahí
me quedé, susceptible, al escuchar el silbato y sentir la vibración en mi
cuerpo ante el paso del único tren del día.
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