James Christensen
Ella jugaba con barquitos de papel en la puerta de su casa mientras cantaba
“La farolera” con voz incandescente y lunar. Tenía un nombre muy bonito que
nadie pronunciaba. Su rostro de duende a la deriva denotaba su niñez.
De pronto, hubo una explosión en
la vereda de enfrente, un halo azul y diamante atrajo su mirada. Una mujer con
vestido escarlata se acercó. Le preguntó si navegar barquitos de papel era su
juego preferido. No supo responder. La mujer seguía preguntando. Ella no
comprendía, no podía descifrar las palabras que emitía la otra. Sólo atinaba a
balbucear una melodía remotamente ajena. Entonces la mujer empezó a decir que
también jugaba con barquitos de papel cuando era pequeña, pero se había
olvidado de ellos tras perder la inocencia. La niña comenzó a preocuparse:
temía olvidar sus barquitos tan amados, perder la inocencia, pero comprendió
que eso era parte de su destino. Como un vaticinio, el agua del charco se tiñó
de rojo. La mujer se sentó a su lado y colocó los barquitos sobre el agua. La
niña tomó su mano y ambas sonrieron.
Al atardecer, la mujer se despidió con un último deseo: que la
recordara siempre y que nunca abandonara aquel juego sideral. La niña le dio un
beso en la mejilla y se abrazaron. La mujer se alejó entre los árboles entonando
una melodía alegremente tierna.
1 comentario:
muy hermoso
Vicky
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