Vuelos, descensos y caídas del taller literario de la Asociación Cultural Rumbo

11 de noviembre de 2011

LAS APARECIDAS, por Evangelina Arroyo


Cada vez que me siento a escribir, anoto sus nombres en el encabezado de la página. Se trata de ellas, mis musas a la hora de dialogar con la poesía. Las he leído, me he bebido sus palabras y en ellas pienso cuando la noche se hace insoportable. Mi manera de invocarlas es una necesidad, un trago dulce que me empuje al vacío y me rescate de la hoja en blanco.
Creo que de tanto llamarlas en medio de la oscuridad, se desencadenó este sospechado aquelarre.
Hace dos días, mientras trabajaba en un poema, escuché una melodía detrás de la puerta. Hubo primero un destello lila, enseguida una explosión de astros en la ventana: aparecieron sin anunciarse mis diosas y se posaron sobre la mesa.
La primera en hablar fue Marosa-mariposa. Tras haber pasado la noche en un bosque negrísimo y candente, se quejaba porque la luna la había abandonado en pleno sueño. Me dijo que quería recortarla del cielo y dársela de comer a las hadas, o quizás a los perros del agua. También creía conveniente hacerlos saltar y traerla de los pelos para que pidiera perdón a los zapallos.
Mi estupor fue tan grande que borré sin querer los versos ya garabateados en la pantalla. No supe qué decirle, la notaba impaciente, yo intentaba apurar una respuesta, y de pronto una voz interrumpió su discurso. Era Olga, envuelta en mística y hermosura, junto a su fiel Berenice. En su mano llevaba un arcano (creo que “La sacerdotisa”), no pude verlo bien porque apenas dirigí la mirada hacia él, lo escondió debajo de su túnica de niebla y entonó un salmo que yo sólo había oído en duermevela: “Olga: mujer-gata, mitad oropéndola, mitad oleaje embravecido.”
Asomaba sin querer Alejandra como niña descalza en secreto. Tenía en su rostro algo de Casandra, un vestigio de luz y locura haciendo juego con sus ojos. Pronuncié su nombre completo y sonó a flor de lis en la tormenta, a pieza de baile en un salón urdido por la soledad. Le pregunté sobre los poseídos, pero no quiso hablarme. En cambio, balbuceó unas palabras acerca de la sombra y la agonía que vendrán.
De un momento a otro se fueron. Me dejaron sola en el umbral de la poesía. Desde entonces, una mariposa, un oleaje, una flor de lis me acompañan y no me sueltan la mano.


4 comentarios:

maglioclaudia dijo...

Decir Bello es poco. Me encanta tu estilo!

miriam dijo...

qué bello entramado de imágenes!!

nolberto dijo...

Es encantador y es lo que esperaba de vos, Evange. Sabés que te conozco desde que tenías veinte, o algo así. Nos hicimos escritores al mismo tiempo, aunque yo con una parva de años más que vos. Siempre me gustó tu estilo y por eso no me sorprende esta prosa poética que tiene tu sello. Además, con personajes que siempre amaste.

Blanca dijo...

Esto es para disfrutar!!!
Bellìsimo!