Vuelos, descensos y caídas del taller literario de la Asociación Cultural Rumbo

17 de noviembre de 2011

LA ESPERA, por Claudia Maglio





Recorría el parque como todas las mañanas. Me senté en uno de sus bancos donde se encontraba un extraño hombre absorto, mirando un punto fijo, meditando. Vestía de forma elegante con traje, bastón en mano, quevedos y sombrero bombín.
De pronto reparó en mí y me dijo: “Disculpe señorita, hace mucho que la observo caminando por aquí todos los días, pero es la primera vez que se sienta a mi lado”. “Puede ser. Yo nunca había reparado en usted”, contesté. “Don Gaspar Alonso Heredia, encantado. Y, ¿vuestra merced?”  “Diana” “Sabe, Diana, yo sabía que algún día usted vendría a sentarse aquí, a mi lado. La verdad es que la esperaba…”
“¿Me esperaba?”
“Sí, tengo tanta necesidad de conversar, y usted se ve confiable. Hace cincuenta y nueve años que espero relatarle a alguien lo que me ha sucedido. ¿Le importa si lo hago?”
“¡Sí, quiero decir, no! Cuénteme, soy toda oídos”
“¡Bien! Yo soy Contador Público Nacional, hombre de Alem, Hipólito Yrigoyen y Balbín. Siempre he sido honrado, así me educaron, y la palabra de honor tiene más importancia que una firma en un papel cualunque”
“Vea mocita” continuó, “Todo sucedió tan rápido que a veces debo hacer memoria para recordar. En el cincuenta y dos, unos amigos me avisaron de una muy buena inversión en acciones. Debía conectarme con un señor. Lo telefoneé y quedamos en encontrarnos acá. ¡Sí, acá! En este mismo lugar. Eran las cinco de la tarde, llegué puntual. ¡Detesto la impuntualidad! Pero el señor resultó ser un tipejo de baja calaña. Comenzó a dar vueltas con palabras incoherentes con respecto a la transacción. De pronto sentí la presencia de dos personas a mis espaldas. Uno me tomó por el cuello y me pidió dinero y joyas. Cuando quise meter la mano en el bolsillo interior de mi saco, un cuchillo me tocó sin lastimar mi costilla derecha, era de otro que también me atacaba por atrás”.
“Le entregué la plata, mi alianza y el chevalier al que tenía enfrente.  Fue todo uno, la toma de mis valores y un cuchillazo en el corazón. Siguieron los que estaban por detrás. El que me tenía por el cogote, me lo clavó por la izquierda; el otro, por el pulmón derecho”.
“¡Ay juna! Me mataron, pensé. Me llevaron a un costado y salieron corriendo.”
“Por un tiempo quedé allí tirado, confundido, sin saber lo que realmente me sucedía. De a poco, muy lentamente, me pude ir dando cuenta de la realidad. ¡Estaba muerto! ¡Sí! ¿No me cree? Mire aquí, todavía el puntazo en el corazón sangra. ¿Lo ve? Y en la espalda igual. Fíjese m’hija, observe el saco roto, mojado y pegoteado. ¡Toque, por favor, toque!”
Con mucho miedo teñido de asco tomé valor y observé que mis dedos se manchaban con sangre y sentí el olor nauseabundo que de sus orificios emanaba. Comprobé perpleja y aún dudando que ese hombre me decía la verdad.
“Pero…”
“¡Sí, ya sé! No comprende ¿verdad?” “Al principio yo tampoco podía entenderlo pero, es así. Hace cincuenta y nueve años que espero a que esos desgraciados vuelvan. Dicen que los asesinos siempre vuelven a la escena del crimen, ¿no es así?”
Atónita le contesté, “Sí, claro. Es cierto.”
“Mire, mi niña, se olvidaron de quitarme mi reloj de bolsillo, supongo que por el apuro. ¡Acá está! Fíjese, se quedó clavado en la hora de mi muerte, las siete de la tarde. Ah…, pero yo sé que van a venir…”
“¿Y su familia no lo buscó?
“¡Claro, mi niña! Pero…, no me encontraron. Los sabandijas me empujaron hacia esos árboles, ¿ve entre las acacias y aquella magnolia? Justo ahí. La policía y mi familia me buscaron, pero siempre que pasaban al lado de mi cuerpo miraban sin mirar. Al final me cansé de hacerles señas y decirles dónde estábamos mi cadáver y yo. Los mandé al diablo ¡Buenos para nada, la policía y ellos!”
“Pero… ¿usted realmente cree que está muerto?”
“¡Más vale! Además se me presentó el ángel negro, no sé si usted ya lo vio. Es uno grande, oscuro, que tiene cabeza sin cara. Tiene un velo y una capa negra metalizada brillosa. Se desliza, no camina. Tiene brazos sin manos y piernas sin pies. Él fue el que me dio la bienvenida al mundo de los muertos, al mundo espiritual. Me quería llevar, pero yo no quise. Me negué férreamente y le expliqué que hasta no tomar de los fundillos a esos cacos y darles un buen susto, no me iría de aquí. Porque le repito, ¡sé que van a volver!”
Siguiendo su juego, le dije: “¡En cincuenta y nueve años es un poco difícil, si no lo hicieron antes…!”
“No me importa, si algo tengo de bueno es mi paciencia, sé esperar. Así, como a usted, después de tanto tiempo de observarla caminar por este parque y no verme, hoy vino, se sentó a mi lado y se puso a conversar conmigo… ¡Algún día ellos también llegarán!”
Asustada, acongojada, me excusé ante don Gaspar y me alejé. Los ojos a cada paso se nublaban más por las lágrimas y mi corazón replicaba en la garganta ahogándome. Estaba destruida, asombrada, confundida y, mientras pensaba en mi nueva condición, un niño con su patineta mi cuerpo atravesaba.

3 comentarios:

miriam dijo...

¡hermoso relato que va envolviendo al lector hasta la resolución final!

Clara dijo...

¡Muy Bueno!

Vicky Marin dijo...

me encantó!!