Vuelos, descensos y caídas del taller literario de la Asociación Cultural Rumbo

11 de enero de 2012

CRÓNICAS DE HÜYÜKZAL, por Evangelina Arroyo


(Fragmentos del diario de viaje de Bellela Polo)



4 de abril

Arribamos al poblado por casualidad. En vez de tomar la ruta correspondiente, la que giraba a la izquierda, hicimos lo contrario por un capricho del destino y entonces nos topamos con el inmenso cartel y el nombre tallado finamente: “Hüyükzal”.
Lo que nos sorprendió fue el resplandor nocturno que revestía el lugar, no sólo porque entramos en él a las 2 de la tarde con el sol en la frente, también advertimos que las calles y las casas estaban repletas de faroles encendidos de manera constante. Notamos, además, que había una plaza principal en cuyo centro se destacaba un observatorio astronómico (evidentemente, a los lugareños les apasionaba mirar las estrellas).  Mientras recorríamos el pueblo, pudimos percibir que las casas eran altísimas y todas estaban pintadas de blanco, color  que sobresalía pleno en tanta penumbra. Nos llamó la atención una serie de bicicletas aladas yaciendo sobre las veredas. Supusimos que era el medio de transporte utilizado en aquel pueblo. Todas eran iguales: mismo tamaño, misma textura.


7 de abril

Desde el río, que se hallaba a unos diez metros de la plaza, escuchamos una melodía, creo que un vals o algo así, luego un jolgorio estrepitoso que resonó en nuestros oídos. Melquiado y yo apostamos por una fiesta popular; el Dr. Remi y Camila dijeron que bien podría ser una gran fiesta de cumpleaños. Decidimos acercarnos despacio para no revelar nuestra condición de turistas curiosos. Fue la primera vez que vimos de frente a los habitantes de Hüyükzal. Llevaban tatuado en la frente un signo indescifrable aún para nosotros, intrépidos y asiduos viajeros, un signo que podría semejarse por su ubicación a lo que en otras culturas denominan “tercer ojo”; sus rostros, inundados de palidez y con gesto sereno, denotaban la fragilidad de sus cuerpos casi áureos y esbeltos. Sí pudimos descifrar con rapidez que los hüyükzalanos hablaban el esperanto, esa lengua de utopías que nos sabíamos de memoria y de la cual nos servimos –afortunadamente- para comunicarnos con ellos. Gracias a esto, nos contaron que allí todo evento social y personal se llevaba a cabo por  las noches, ya que sus vidas enteras transcurrían en la negrura.
Luego de haber establecido contacto, fuimos invitados a compartir el misterioso festejo: simplemente se trataba del  aniversario de la niña más radiante del pueblo.


12 de abril

Se podría decir que Hüyükzal era un pueblo feliz. Sus habitantes vivían en armonía con todo lo que los rodeaba, y a pesar de no estar señalado en ningún mapa del mundo, ni  siquiera en los más antiguos, ellos seguían adelante con sus costumbres excepcionales y maravillosamente noctámbulas.
Nos hubiese gustado quedarnos allí por más tiempo; el solo hecho de vivir en  un paraje tan crepuscular como aquél, nos daba mucha tranquilidad en el corazón.
Tal y como habíamos planeado, debimos continuar nuestro camino hacia la región del Mar Negro, dejando atrás a los hüyükzalanos y el recuerdo de un pueblo inmerso en la noche más arcaica del mundo.